viernes, 6 de abril de 2012

Llega el momento...

Me sequé las lágrimas antes de que las cuarenta y cinco personas que tenía a mi alrededor sospecharan algo. Recogí el teléfono del suelo y se lo devolví a la recepcionista. Le de las gracias educadamente y me dirigí hacia las escaleras.
Cada escalón era una eternidad de dolor y amargura. A medida que bajaba mi corazón se hacía más débil, mi estómago rugía de odio y mi cabeza daba vueltas en círculo en la oscuridad.
-Samira- escuché un instante- Samira, ¿estás bien?
Me paré en seco, mira a los ojos a aquel hombre, las lágrimas me estaban cayendo de los ojos y sin pensarlo dos veces me lancé contra su pecho y le abracé con todas mis ganas. Su mano acariciaba mi pelo suavemente y preocupado decía:
-Todo se arreglará Samira, todo en esta vida tiene solución.
Sin dejar de abrazarle, le volví a mirar a los ojos. Y ahora éramos los dos los que teníamos lágrimas en los ojos.
-Si quieres luego hablamos en privado. Solo si lo necesitas- me dijo.
Le miré fijamente con cara de angustia y esta vez fue él quien me abrazó.
-Gracias- me di la vuelta y seguí bajando las escaleras. Esta vez, mirando al frente e intentando mantener las composturas. Ya había tenido suficiente con haberme lanzado a abrazar a mi profesor de sociales, Juan.
Al llegar finalmente a mi clase, me senté en mi sitio, saqué el paquete de pañuelos de mi maleta y miré al profesor fijamente. Me miró y vio mis ojos rojos llenos de rabia, se trabó al hablar pero enseguida recapituló y siguió su explicación.
Mis ojos fueron directos a mi libro de lengua, no para leer, para perder la mirada no se dónde y dejar todo a un lado.
De repente sonó la sirena. Es la hora del recreo. Salí y fui directa a Juan a pedirle disculpas por mi comportamiento anteriormente. Lo encontré enseguida,estaba en el departamento, le pedí que saliera y lo dejó todo por venir conmigo. Fuimos al baño, que suele estar solitario y entramos cerrando la puerta a nuestro paso.
Tranquilamente empecé a contarle lo sucedido. "tranquilamente" porque a cada palabra se le añadía una lágrima de dolor y amargura.
Finalmente ocurrió otro inesperado abrazo.
Salí del baño y él detrás mio. Silencio fuera, ya había tocado la sirena de regreso a casa.
-¿Donde vas a dormir?- me preguntó.
-No lo se... Tendré que buscar un hotel y pagarlo con mis ahorros.
-De eso nada, sube a mi coche, te llevo a tu casa, coges ropa y duermes e mi casa esta noche. No habrá problema mientras nadie se entere.
Es la primera sonrisa que sale de mi cara en tres horas.
-Gracias- contesté al momento.

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